Si algo
le ha gustado al ser humano desde sus inicios es clasificar, colocar etiquetas
a las cosas y a las personas. Puestos a encasillarnos, me incluiré en el grupo
de aquellos que considera que la filosofía o es práctica (= ética) o no es tal.
Esto no significa que otros aspectos de la filosofía sean vanos, innecesarios
o, peor aún, estén superados, más bien al contrario: son la base para construir
un estilo de vida conforme a razón.
La
preocupación por las cuestiones filosóficas, esto es, por el cómo y el por qué
vivir sabia y adecuadamente, nunca ha atraído a las multitudes, y menos aún en
nuestros tiempos, en que nos han querido debilitar el pensamiento sin
ofrecernos a cambio más que el ansia de vivir para consumir, la sed de lo
efímero. Se hace necesario, por tanto, reivindicar el puesto que merece la
reflexión filosófica. De los planes de estudio aún no ha desaparecido, pero
nuestros alumnos reciben por lo general un mero barniz filosófico... que no
hacen sino repetir en el momento de rendir cuentas a la hora del examen. Se
memoriza pero no se interioriza, de ahí que el conocimiento del estoicismo vaya
a la misma saca que la información sobre el número de puentes del año académico
en curso.
Para
cubrir los huecos que, con este panorama, no puede cubrir la filosofía están
los libros de autoayuda, que copan las librerías. Es ése un término
engañoso, ya que por lo general esos textos prestan poca ayuda y desde luego no
en modo auto-, pues sus autores imponen al lector una manera de hacer o
de pensar para alcanzar la meta prometida, so pena de volver éste a la
situación anterior a la compra del tocho en cuestión... con unos cuantos euros
de menos en el bolsillo.
El libro
que nos ocupa está a medio camino entre la filosofía y la autoayuda. La
idea de presentar brevemente a un tipo de lector no iniciado en la filosofía
clásica la vida y el pensamiento de alguno de sus representantes más o menos
conocidos no está mal, y se ha intentado llevar a la práctica en otras
ocasiones. En este caso, es el desarrollo lo que falla. El autor,
a pesar de haber colgado los hábitos de pastor anglicano que una vez vistió, no
renuncia a dedicar una buena parte de cada capítulo al adoctrinamiento, a modo
de prédica con no poca moralina y bastante tendenciosidad. Esto es lo que
impide a estas páginas ser una suerte de introducción o al menos disertación
válida sobre una parte del pensamiento clásico y lo que las hace militar en las
filas de la autoayuda. Aun así, no es un libro que deba desecharse por
completo.
Popularizar
la filosofía, en este caso la clásica, es algo digno de elogio. Hay mucho
material muy válido en muchos de los autores que se sucedieron desde los
presocráticos hasta Boecio, por poner unos límites generalmente aceptados. Muy
a menudo los manuales, por no hablar de las monografías o ensayos sobre autores
o escuelas concretos, son inaccesibles al gran público no porque escaseen o
sean costosos, sino porque están escritos en un modo y con una finalidad que
asustan al lector común –que nadie se sienta ofendido por ello, puesto que cada
uno elige en qué especializarse–. Así que cualquier esfuerzo de divulgación
será siempre bien acogido, y es esto precisamente lo que da valor al presente
libro.
El
público no especializado agradecerá saber que, aparte de Sócrates, Platón y
Aristóteles, existieron Pirrón de Elis, Aristipo, Onesícrito, Cleantes, Menipo,
y así hasta llegar a veinte. El criterio de selección es más que discutible:
las informaciones sobre la filosofía romana son escasísimas, y nulas las
referencias a la filosofía patrística de los primeros siglos; quizá nuestro
autor, en su políticamente correcta inquina hacia lo cristiano, pretende que
ignoremos que también fueron filósofos Justino de Nablús, Clemente de
Alejandría o Agustín de Hipona. Él no los desconoce, y usa a alguno de ellos
para contraponer la luz y la grandeza de la filosofía a la oscuridad y finitud
del pensamiento cristiano. El capítulo dedicado a la mártir pagana
Hipatia es una muestra de ello. Repite los mismos tópicos y medias verdades que
hubieron de sufrir los espectadores de una película española sobre la susodicha
estrenada hace un par de años. Recuerdo haberme unido al aproximadamente 70% de
los que se echaron una cabezadita mientras la proyectaban en una conocida sala
de cine madrileña; esta vez me he aguantado, porque me interesaba la opinión de
un cristiano agnóstico sobre los conflictos entre paganismo y
cristianismo en la Alejandría del s. V: me fue mejor en el cine.
Considerando
que no todo libro es bueno pero sí útil para iniciar una reflexión –por vía
positiva o negativa–, no desaconsejo la lectura de estos podcasts
–algunos también disponibles en vídeo–,
siempre y cuando se lean, como todo, con ánimo crítico. Con idéntica actitud
debería leerse la Historia de la filosofía griega en dos volúmenes –"Los presocráticos" y "De Sócrates en adelante"– de
Luciano Di Crescenzo, máximo representante de estos intentos fallidos de
popularizar la filosofía clásica, ya que una cosa es hacerla accesible y otra
bien distinta ridiculizarla hasta el punto de banalizarla y convertirla en
objeto de chanza.
Aunque,
insisto, no es ésta una lectura del todo estéril, al lego realmente interesado
en la filosofía clásica le recomendaría, por ejemplo, ¿Qué es la filosofía antigua?, de Pierre
Hadot: por muy poco dinero, conocerá lo que realmente supuso este período
fundamental de la historia del pensamiento occidental.
MARK
VERNON: LOS PODCASTS DE PLATÓN: GUÍA DE LOS ANTIGUOS PARA LOS
MODERNOS. Alianza Editorial (Madrid), 2011, 237 páginas.
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