Esta mañana, como respuesta a un tweet que envié anoche, un amigo [gracias, Alejandro] afirmaba la necesidad de "que se deje identificar el medioevo con el atraso y la ignorancia". En el contexto de los actuales acontecimientos en el mundo árabe, yo había puesto por escrito mi deseo de que la edad media musulmana terminara pronto y se diera inicio a un renacimiento. Efectivamente se trata de una imprecisión por mi parte bastante grave, fruto, quizás, del querer ser entendido por la mayoría sin necesidad de bajar a particulares sobre lo que realmente significa la Edad Media.
Ninguna época de la historia ha de ser privilegiada o preferida a otras por ser más avanzada, más innovadora o simplemente "mejor" por quién sabe cuáles motivos personales o sociales. Recuerdo a este punto las palabras de san Agustín: "Se dice: 'son tiempos malos, tiempos llenos de penuria'. Intentemos vivir bien y los tiempos serán buenos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos [Nos sumus tempora: quales sumus, talia sunt tempora]" (Sermón 80, 8). Reflexión que vale para el siglo V y para el siglo XXI.
Por eso, en este post, haré una defensa de la Edad Media, aunque sin santificarla, al igual que señalaré algunos límites de las Edades Moderna y Contemporánea, sin por ello condenarlas. Somos hijos de todas ellas y en familia las cosas hay que tratarlas con prudencia, sin prejuicios y sin favoritismos subjetivos.
La Edad Media, por lo general, ha sido tratada por la historiografía en modo injusto y equivocado. Desde el Renacimiento en adelante y en modo especial durante el Iluminismo, se ha presentado este largo período histórico como un momento oscuro de la historia de la humanidad. Había que presentar los valores del nuevo humanismo y para ello no se dudó en denigrar y maltratar a este "paréntesis de la historia" entre la edad antigua y la moderna.
Ya el calificativo de "Media" conlleva un matiz bastante peyorativo, un no ser ni clásico ni moderno. Algo absolutamente falso como intentaré mostrar en las líneas que siguen (brevemente y sin notas a pie de página por no ser esta la sede más adecuada).
No existe unanimidad (término extraño a la historiografía) a la hora de señalar el inicio del medioevo. Si atendemos a la política, lo situamos en la caída del Imperio Romano de Occidente (476). Si hablamos en términos religiosos, con la muerte del último gran Padre de la Iglesia occidental, san Isidoro de Sevilla (636). Las divisiones de los períodos históricos son siempre relativas, porque la Historia, hablando en términos sencillos, no es un conjunto de eventos o acontecimientos aislados y puestos unos detrás de otros, sino el estudio de la línea continua (no el círculo hegeliano) trazada por la vida de los hombres, sus sociedades y sus ideas.
Nada ha surgido nunca de la nada (si exceptuamos, los creyentes, la acción creadora de Dios). La Edad Media surge de las ruinas de Roma y su civilización; el Renacimiento, a su vez, de los resultados de siglos de estudio y transmisión de esa cultura clásica realizada precisamente en la denostada Edad Media.
Como es lógico no podemos esperar de los humanistas, heterodoxos primero y abiertamente ateos después, una alabanza y un agradecimiento a la labor desarrollada por las instituciones eclesiásticas medievales (monasterios y escuelas/universidades) en favor de la conservación y transmisión del pensamiento clásico grecorromano. Los oscuros e ignorantes monjes medievales proporcionaron a los iluminados y sabios humanistas renacentistas los textos sobre los cuales iniciaron a construir un modo diferente -no nuevo- de pensar, de gobernar y de vivir.
Podrá criticarse, ciertamente, el feudalismo, no menos injusto que el despotismo ilustrado [sic]. Podrán criticarse el dogmatismo y la rigidez escolásticos, no menos intensos que el pensamiento único de ciertas ideologías modernas y contemporáneas. Seguirá siendo válido, de todos modos, el sabio principio que sigue todo historiador honrado: es necesario conocer y comprender el contexto en el que se desarrollaron los acontecimientos que se estudian.
El único límite, por volver al tema que dio origen a esta reflexión, que podemos establecer entre la Edad Media y el actual mundo musulmán es la estrecha vinculación, casi identificación, entre religión y sociedad. Lógicamente este juicio lo podemos emitir porque en Occidente ambas realidades se hayan separadas (mejor o peor, dependiendo de casos y lugares) desde hace bastante siglos. Es un tema que no se resuelve con dos frases y que podemos dejar para otra ocasión. Sería interesante estudiar cómo ha progresado el cristianismo, y con el Occidente, desde la Edad Media hasta nuestros días y cómo no lo ha hecho del mismo modo el Islam, que floreció y con no pocas virtudes en ese mismo período, incluida la transmisión de gran parte de la cultura clásica (cf. los textos de Aristóteles que de las escuelas árabes pasaron a las escuelas cristianas e influyeron decisivamente en la Escolástica).
Termino, pues, redactando de nuevo el infeliz tweet de anoche: "A ver si cuando vuelva de cenar me encuentro con una buena noticia: los líderes religiosos musulmanes han declinado cualquier tipo de intervención directa en la política de los países árabes; se limitarán a aconsejar y asistir espiritualmente a sus fieles."
Lamentablemente se trata del Islam y la cosa no ha sido, no es y no será tan sencilla.