Desesperado ante la incertidumbre política y seguramente
asqueado al ver cómo la sombra y el pésimo ejemplo de su biografiado Fouché no
sólo no había desaparecido sino que se institucionalizaba en todos los frentes,
Zweig se suicidó en plena Segunda Guerra Mundial. Opción por la que el
subrepticio político francés no se habría inclinado jamás. Aquel "traidor
nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de
corchete, deplorable inmoralista" se habría adaptado sin problemas
a cualquier escenario surgido de aquel conflicto, como lo hizo durante toda su
vida en la convulsa Francia de finales del siglo XVIII e inicios del XIX.
Se nos presenta ahora la enésima edición de este clásico,
con una nueva traducción ágil y moderna, que hace de su relectura todo un
placer y una invitación a mantener nuestra tensión como animales políticos
que no pueden vivir, aunque la mayor parte de las veces les asquee, sin una
relación estrecha y, esperemos, siempre crítica con la política. Tensión que se
convierte en pasión, en cualquiera de sus vertientes, no ya por lo que pueda
aportar la conocida biografía del que fuera de todo con todos, sino por
los valores que Zweig transmite en un libro que supera la mera biografía para
convertirse en ensayo político. Haga la prueba el lector y comience a leer, o
releer en su caso, este retrato de un hombre político y verá que es difícil,
por no decir imposible, no poner cara actual y familiar a cada momento de la
vida política de Fouché, o a cada personaje que encarnó durante su extensa
carrera.
Ahora bien, esa tentación no debe empañar el propósito
de Zweig: demostrar, si bien por vía apofática, la dignidad de la política. La
sorprendente biografía de quien fue profesor en un seminario en 1790, saqueador
de iglesias apenas dos años después, poco más tarde comunista ante litteram,
luego multimillonario gracias a los tejemanejes, chantajes y sobornos en que se
vio envuelto durante el Directorio y finalmente Duque de Otranto, es tan paradójica
que podría resultar inverosímil. En su imposible defensa podría alegarse que
nunca cayó en contradicción alguna ni renegó de sus principios, ya que siempre
careció de ellos. Recurriendo al sarcasmo, podría afirmarse que se anticipó
también al propio marxismo, no al filosófico sino al fraternal y humorístico:
"Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros". Movido por
el propio interés y por el gusto del ejercicio del poder, renunció a cualquier
tipo de compromiso y basó sus decisiones en la previsión, siempre acertada,
sobre cuál sería el bando ganador en cada conflicto. Girondino llanero
de primera hora, no tuvo empacho en pasarse en una noche al bando montañés,
jacobino. De revolucionario regicida –votó a favor de la muerte de Luis XVI–
pasó a valedor y ministro de la monarquía postnapoleónica; de profesor en un
seminario a perseguidor del cristianismo, celebrante de misas poco
ortodoxas, iconoclasta feroz... y de nuevo fiel devoto cristiano que se casará
por la iglesia una segunda vez bajo el padrinazgo real. Todo un ejemplo, como
se ve, de coherente evolución personal, intelectual e ideológica.
Pronto descubrió que el dinero huele mejor que la
sangre. La sangre que hiciera verter durante su misión de castigo en Lyon –donde
fue rebautizado el Ametrallador– dificultaría su carrera, pero jamás
nadie pudo acabar con ella. Su agudeza, su oportunismo y su doblez se
impusieron a sus crímenes y traiciones. Fue tal la corrupción que generó, y el
alcance de sus chantajes, que todos le debían y con nadie se obligaba. Llegó a
ser no sólo el hombre mejor informado y por tanto más temido de Francia, también
el más rico de toda la nación.
Paradigma, podría concluirse, de lo que a menudo es pero
jamás debería ser un hombre político. El esfuerzo de Zweig al presentar la
biografía de un antihéroe tiene como recompensa la formulación de una serie de
principios que deben caracterizar la verdadera actividad política. La aparente
ironía de dedicar tiempo y esfuerzo a conocer la vida del siempre huidizo y
detestable Fouché permite desmitificar la Historia, dejar de preocuparse sólo
por aquellos que sobresalieron y destacaron para centrarse en quienes, entre
bambalinas, en la cocina, les preparaban los platos. En realidad, como el mismo
Zweig confiesa, el verdadero peligro en el ámbito político reside no en quien
gobierna sino en quien desde un segundo plano controla el poder, en concreto
los diplomáticos, raza que el autor austriaco detesta, no sin razón, en
grado sumo. Su proverbial oportunismo, así como su instrumento más demoledor,
su astuto y generalmente falaz lenguaje, hace de esta casta el punto de mira de
Zweig.
Lectura imprescindible, por tanto, para quienes quieran
dedicarse a la función pública o al menos entenderla. En ella encontrarán el
espejo en que mirarse o al que hacer añicos; la vocación de servir y la de
servirse; la dignidad de la política y la desgracia de la diplomacia.
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Publicado en La Ilustración Liberal 49 (2011) 109-111.
En la miniserie de cuatro mega episodios "Napoleón" lo retratan más o menos igual, aunque desgraciadamente no es el personaje principal.
ResponderEliminarTienes razón: Zweig discurre tan bien por las páginas de esta obra que ésta es un ejemplo dentro del género de la biografía y, a la vez, todo un ensayo político que no ha perdido nada de actualidad.
ResponderEliminarUn abrazo.