Sólo caben dos posiciones ante una tiranía: o apoyarla o
intentar derrocarla. Mostrarse neutral, en el fondo, equivale a sostenerla; eso
sí, con un agravante: la cobardía.
A partir de 1963, con la aparición de la obra de teatro El
vicario, se fue creando una leyenda negra sobre Pío XII y su supuesta
neutralidad o inacción ante la Shoah. Calumniar a la Iglesia es siempre
rentable, se consiguen titulares periodísticos y se alcanza una cierta fama
entre quienes intentan, en vano, encontrar argumentos que, deslegitimándola,
puedan acabar con ella
Los grandes, ya sean individuos o instituciones, no necesitan
defensa, hablan por ellos sus obras. Aun así, es necesario explicar los hechos
tal y como ocurrieron a una opinión pública frecuentemente aturdida por el
ruido de la malicia y la falta de rigor. Pío XII se salva a sí mismo por todo
lo que hizo, dijo y escribió contra el nazismo. Pero por si no bastara se puede
acudir al testimonio de muchas personas, incluidos historiadores y políticos
coetáneos, católicos y judíos, que reconocieron sus esfuerzos para frenar la
epidemia nazista. La desclasificación completa de los documentos de su
pontificado que se custodian en el Archivo Secreto Vaticano se encargará del resto;
por el momento sólo es posible la consulta hasta Pío XI, su predecesor, aunque
Juan Pablo II, en modo excepcional, permitió el acceso al fondo de la
"Oficina de Información Vaticana. Prisioneros de Guerra (1939-1947)",
del que ya empiezan a salir datos que desmienten las insidias que dieron origen
a esa leyenda negra.
A diferencia de la del resto de potencias aliadas, la oposición
al nazismo por parte de la Iglesia surgió antes del inicio de la guerra. No
fue, además, una oposición hecha sólo desde el exterior de Alemania, sino que
contó con la colaboración, el esfuerzo y la sangre de muchos cristianos
alemanes contrarios a la ideología criminal de Hitler. Este aspecto, ignorado
durante mucho tiempo, es precisamente uno de los objetivos del libro que nos
ocupa.
En el imaginario colectivo existe aún la idea de que todos los
alemanes eran nazis, o que al menos mostraban una culpable resignación ante el
régimen. Numerosos historiadores han ido purificando esa auténtica memoria
histórica y siguen saliendo a la luz estudios sobre la oposición interna al
nazismo. No surgió como movimiento meramente político –los partidos habían
dejado de existir como tales hacía tiempo–, tampoco a modo de rebelión militar
–los intentos de asesinato del Führer fueron escasos y por lo general abocados
al fracaso desde su misma planificación–. La oposición al nazismo nació,
precisamente, en el ámbito cristiano.
Fueron las iglesias, principalmente la católica y en menor
medida la protestante, quienes sostuvieron la lucha contra la ideología y los
desenfrenos nazistas. Conviene anotar, para seguir purificando la memoria, que
fue en el ámbito católico donde Hitler encontró siempre menos apoyo para su
causa. Basta contrastar los mapas que muestran por un lado la distribución confesional cristiana y por
otro los resultados electorales obtenidos en julio
de 1932 por el partido nacionalsocialista en cada una de las circunscripciones.
Casualmente, el mayor número de votantes nazis se concentró en las áreas
protestantes. El dato no es simplemente curioso, señala con claridad el rechazo
que suscitó Hitler entre los católicos; rechazo que, como puede suponerse,
surgió en buena medida de la enseñanza transmitida por la propia jerarquía
católica.
A través de una narración que recuerda el estilo de las actas de
los mártires de los primeros siglos, el autor presenta la semblanza de seis
personajes: cinco hombres y una mujer; cinco católicos y un protestante; cuatro
alemanes y dos extranjeros; tres murieron asesinados por los nazis, uno
falleció en prisión después de la guerra tras caer en manos del otro régimen
gemelo al nazismo; los otros dos sobrevivieron al terror. Todos ellos eran
cristianos, y tres ya han sido beatificados.
El cardenal Clemens August von Galen se nos presenta como
ejemplo de pastor que vela y se deja poco a poco la vida por su rebaño. Su
férrea oposición al nazismo se basa en motivos no solamente ideológicos, que
también, sino principalmente de índole ética y moral. Sus homilías y cartas
pastorales, distribuidas dentro y fuera de Alemania, influyeron decisivamente
en la vida y el pensamiento de tantos católicos que o bien no cayeron en las
trampas del nazismo o bien supieron escapar de ellas tras escuchar las denuncias
del llamadoLeón de Münster. Wilm Hosenfeld, el capitán a quien la
película de Polanski El pianista hizo famoso muchos años
después de su muerte, es el prototipo de alemán arrepentido que reacciona
contra el régimen cuando comprende el alcance de la aberración que supone su
ideología criminal. Franz Jägerstätter fue un campesino austriaco que, tras
negarse a cumplir el servicio militar por motivos religiosos, aceptó la muerte
física por evitar la espiritual. El joven diácono Karl Leisner vio en un campo
de concentración cumplida su vocación de ser sacerdote. En cuanto a Helmuth
James von Moltke, único protestante del elenco, miembro de la nobleza prusiana
y gran intelectual, perteneciente al Círculo de Kreisau, fue condenado no por
motivos políticos sino por el gran delito de atentar contra la sacrosanta
religión neopagana nazista que pretendía suplantar al cristianismo. Por último
pero no en último lugar tenemos a Irena Sendler, polaca, que salvó la vida de
numerosos niños del gueto de Varsovia y padeció torturas y ostracismo.
A estos seis testigos ejemplares de la fe podría sumarse un
séptimo, colectivo, la suma de todos aquellos que, desde sus convicciones
religiosas, revivieron bajo el nazismo la pasión de los primeros mártires, cuyo
testimonio permitió no sólo la difusión del cristianismo en los primeros
siglos, sino la demostración de que vale la pena vivir y morir por unos ideales
que sitúan al hombre como digna imagen de Dios.
__________
Publicado en el Suplemento Libros de Libertad Digital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario