domingo, 6 de febrero de 2011

Ars rhetorica

Los discursos que siguieron a la manifestación convocada por Voces contra el terrorismo me hicieron pensar en muchas cosas: repugnancia por el terrorismo y por quienes lo sostienen, lo justifican o se muestran tibios ante él; recuerdo y memoria de sus víctimas; cercanía a quienes llevarán de por vida el sufrimiento causado por actos que no se pueden ni justificar ni tolerar.

Hecha esta premisa y reafirmando mi más firme condena de cualquier tipo de terrorismo, paso al tema del que quiero escribir hoy. Oyendo hablar a alguno de los oradores de ayer, en especial a Santiago Abascal, recordé la importancia de la retórica.

La retórica goza de mala fama porque suele entenderse como el arte de engañar o al menos engatusar. Algo parecido le ocurre a la política, que por culpa de sus profesionales acaba siendo adulterada y mancillada. No obstante, las dos son nobles en su esencia y por tanto debería ser obligación de todos recuperar su puesto de honor en toda sociedad culta, libre y avanzada.

Escribir sobre retórica no es fácil y menos cuando tengo sobre la mesa a mis clásicos: Aristóteles, Quintiliano y sobre todo a Tulio, como se le llama en casa al gran Cicerón. Pero esto es un blog, no una lección magistral, así que no temo el juicio de los entendidos.

Lo importante, en un discurso, no es sólo el contenido sino también la forma. Santiago Abascal lo demostró ayer. Del modo más noble posible, con el convencimiento y la seguridad que da el saber de qué se habla y con la manifestación de los sentimientos más profundos que nace de la íntima unión entre lo que se siente, se vive y se transmite.

La retórica clásica es un arte muy complejo, con reglas muy estrictas y diversos momentos -hasta cinco- en la preparación sea del orador sea del discurso. Os invito, como recomendación que suelo hacer en cada post, a informaros algo más sobre la retórica, sobre su importancia, sobre su valor y su dignidad. No es simplemente el arte de convencer a los demás, es algo más importante: lograr capturar la atención de quienes nos escuchan. A partir de ahí surgirán adhesiones o controversias, pero es precisamente ése el valor de la comunicación, el intercambio de ideas y el debate honesto.

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