lunes, 30 de enero de 2012

La persecución silenciada


La concepción hegemónica de una Palestina en la que todas las comunidades vivían en buena armonía y casi en pie de igualdad hasta la brutal irrupción de los sionistas es un mito muy habitual en Occidente.

Está muy extendida la falsa idea de que Oriente Medio sería poco menos que un paraíso si el estado de Israel no existiese. Sin embargo, la realidad es muy otra. Los palestinos no constituyen una entidad homogénea, están –muy– divididos en multitud de grupos sociales, políticos y, principalmente, religiosos.

La minoría cristiana, en la que se centra el libro que presento, ha estado siempre sometida a la mayoría musulmana. Sumisión que se ha manifestado de diversos modos a lo largo de la historia y que en la actualidad parece haber llegado a un punto de no retorno. Recientemente se publicaban en estas mismas páginas algunas reflexiones sobre el acoso y la caza a los que se ven sometidos los cristianos de Tierra Santa en particular y aquellos que viven en el mundo islámico en general. Jean Rolin, en esta obra a medio camino entre la crónica periodística y la literatura de viajes, nos acerca a la vida cotidiana de esos cristianos palestinos que sufren persecución y que se enfrentan a un futuro tenebroso si las cosas siguen igual.

La edición española llega con ocho años de retraso, y lo hace seguramente a lomos del interés que ha despertado el mundo árabe en los últimos meses a raíz del estallido de la mal llamada "primavera árabe". El libro, por tanto, nace viejo, aunque no exento de utilidad para aquellos que ignoren la precariedad en que vive la minoría cristiana palestina, comunidad en un tiempo próspera que lucha ahora por la supervivencia, amenazada por los israelíes por ser árabe, perseguida por la mayoría musulmana palestina por ser cristiana, arrinconada por sus propias iglesias (católica y ortodoxas, principalmente), obsesionadas como están con no herir susceptibilidades judías o islámicas. La suya es, pues, una existencia al límite y literalmente entre la espada y la pared.

Los personajes, reales, que aparecen en estas páginas cuentan cómo son sus vidas cotidianas, cuáles son sus miedos, las múltiples amenazas que han de afrontar, sus pobres esperanzas. Lo hacen con reparo, con cautela, nada es como se presenta en Palestina. No quieren ofender a quienes quieren aniquilarlos, sus hermanos de raza; recelan de Occidente, aun sin saber por qué y en qué modo; algunos, los menos, combaten al que creen, equivocadamente, que es su mayor enemigo, Israel, sin querer reconocer, aunque lo sepan, que su principal amenaza habla su propia lengua y lleva su misma sangre. Esta actitud es sorprendente y cuesta aceptarla, pareciera que han preferido ser como aquella oveja llevada al matadero de la que nos habla el profeta Isaías en lugar de seguir el consejo de Jesucristo, en el evangelio de Mateo, de ser astutos como serpientes y sencillos como palomas.

Ignorados por todos, luchan por sobrevivir en unas circunstancias cada vez más hostiles; y desde 2003, fecha de la edición original, las cosas han cambiado, mucho y a peor. ¿Qué habrá sido de los protagonistas del libro, a los que no siempre se da nombre para no añadir más peligro al que ya soportan por el hecho de ser diferentes? Algunos habrán muerto; otros, la mayoría, seguramente han emigrado hacia algún lugar del odiado Occidente. Vivir en la propia tierra pidiendo constantemente perdón por ser lo que se es o huir para poder desarrollar una existencia digna: no cabe más alternativa. Pocos se alzarán, de la manera que sea, para reclamar el puesto que les corresponde. Son pocos, carecen de recursos y se ven abandonados por sus correligionarios que, siguiendo la vil política del apaciguamiento, prefieren conservar un mero recuerdo histórico de su fe en las piedras de los templos y descuidan a las personas, verdaderos templos de Dios según el cristianismo, que habitan la tierra en la que todo empezó.

Es desesperante ver cómo, ante tal situación, no cabe más remedio que la resignación o la emigración. Ambas, más pronto que tarde, acaban equivaliendo a la desaparición. Entonces se escucharán los lamentos y se buscará al culpable, que, tratándose de Oriente Medio, no podrá ser otro que el chivo expiatorio que carga con las culpas propias y ajenas desde 1948.

Libros como éste ayudan a despertar conciencias, a realizar juicios más equilibrados sobre los problemas de Palestina, a no olvidar que en Oriente Medio no sólo están enfrentados judíos y árabes; también y principalmente están enfrentados los propios árabes, por ejemplo, por cuestiones religiosas: la división musulmanes-cristianos se da en Palestina y en todos los países árabes con población cristiana: Egipto, Líbano, Irak, etc.

No corresponde a un periodista ni a un crítico ofrecer soluciones concretas a los conflictos; pero sí están obligados a informar de modo que animen a quienes lean sus escritos a crear una conciencia crítica de lo que pasa en el mundo, de cómo malviven, en este caso concreto, los árabes cristianos de Palestina. Sin tantas contemplaciones con el islam, con sus falsas primaveras, con sus engendros pseudodemocráticos y con sus idolatrados líderes, las cosas irían de otro modo. Desechemos la falsa ilusión del diálogo, que exige al menos dos interlocutores, con quienes no aceptan más que monólogos y adoptemos posiciones más eficaces, aunque sean dolorosas y políticamente incorrectas –bendito término–. Ellos, los fundamentalistas, seguirán intentando lograr sus objetivos; nosotros, o defendemos nuestra causa o, simplemente, seremos los siguientes en ser fagocitados por culpa de nuestra indiferencia.


JEAN ROLIN: CRISTIANOS. Libros del Asteroide (Barcelona), 2011, 165 páginas.

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jueves, 26 de enero de 2012

Fouché como paradigma

Desesperado ante la incertidumbre política y seguramente asqueado al ver cómo la sombra y el pésimo ejemplo de su biografiado Fouché no sólo no había desaparecido sino que se institucionalizaba en todos los frentes, Zweig se suicidó en plena Segunda Guerra Mundial. Opción por la que el subrepticio político francés no se habría inclinado jamás. Aquel "traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista" se habría adaptado sin problemas a cualquier escenario surgido de aquel conflicto, como lo hizo durante toda su vida en la convulsa Francia de finales del siglo XVIII e inicios del XIX.
Se nos presenta ahora la enésima edición de este clásico, con una nueva traducción ágil y moderna, que hace de su relectura todo un placer y una invitación a mantener nuestra tensión como animales políticos que no pueden vivir, aunque la mayor parte de las veces les asquee, sin una relación estrecha y, esperemos, siempre crítica con la política. Tensión que se convierte en pasión, en cualquiera de sus vertientes, no ya por lo que pueda aportar la conocida biografía del que fuera de todo con todos, sino por los valores que Zweig transmite en un libro que supera la mera biografía para convertirse en ensayo político. Haga la prueba el lector y comience a leer, o releer en su caso, este retrato de un hombre político y verá que es difícil, por no decir imposible, no poner cara actual y familiar a cada momento de la vida política de Fouché, o a cada personaje que encarnó durante su extensa carrera.
Ahora bien, esa tentación no debe empañar el propósito de Zweig: demostrar, si bien por vía apofática, la dignidad de la política. La sorprendente biografía de quien fue profesor en un seminario en 1790, saqueador de iglesias apenas dos años después, poco más tarde comunista ante litteram, luego multimillonario gracias a los tejemanejes, chantajes y sobornos en que se vio envuelto durante el Directorio y finalmente Duque de Otranto, es tan paradójica que podría resultar inverosímil. En su imposible defensa podría alegarse que nunca cayó en contradicción alguna ni renegó de sus principios, ya que siempre careció de ellos. Recurriendo al sarcasmo, podría afirmarse que se anticipó también al propio marxismo, no al filosófico sino al fraternal y humorístico: "Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros". Movido por el propio interés y por el gusto del ejercicio del poder, renunció a cualquier tipo de compromiso y basó sus decisiones en la previsión, siempre acertada, sobre cuál sería el bando ganador en cada conflicto. Girondino llanero de primera hora, no tuvo empacho en pasarse en una noche al bando montañés, jacobino. De revolucionario regicida –votó a favor de la muerte de Luis XVI– pasó a valedor y ministro de la monarquía postnapoleónica; de profesor en un seminario a perseguidor del cristianismo, celebrante de misas poco ortodoxas, iconoclasta feroz... y de nuevo fiel devoto cristiano que se casará por la iglesia una segunda vez bajo el padrinazgo real. Todo un ejemplo, como se ve, de coherente evolución personal, intelectual e ideológica.
Pronto descubrió que el dinero huele mejor que la sangre. La sangre que hiciera verter durante su misión de castigo en Lyon –donde fue rebautizado el Ametrallador– dificultaría su carrera, pero jamás nadie pudo acabar con ella. Su agudeza, su oportunismo y su doblez se impusieron a sus crímenes y traiciones. Fue tal la corrupción que generó, y el alcance de sus chantajes, que todos le debían y con nadie se obligaba. Llegó a ser no sólo el hombre mejor informado y por tanto más temido de Francia, también el más rico de toda la nación.
Paradigma, podría concluirse, de lo que a menudo es pero jamás debería ser un hombre político. El esfuerzo de Zweig al presentar la biografía de un antihéroe tiene como recompensa la formulación de una serie de principios que deben caracterizar la verdadera actividad política. La aparente ironía de dedicar tiempo y esfuerzo a conocer la vida del siempre huidizo y detestable Fouché permite desmitificar la Historia, dejar de preocuparse sólo por aquellos que sobresalieron y destacaron para centrarse en quienes, entre bambalinas, en la cocina, les preparaban los platos. En realidad, como el mismo Zweig confiesa, el verdadero peligro en el ámbito político reside no en quien gobierna sino en quien desde un segundo plano controla el poder, en concreto los diplomáticos, raza que el autor austriaco detesta, no sin razón, en grado sumo. Su proverbial oportunismo, así como su instrumento más demoledor, su astuto y generalmente falaz lenguaje, hace de esta casta el punto de mira de Zweig.
Lectura imprescindible, por tanto, para quienes quieran dedicarse a la función pública o al menos entenderla. En ella encontrarán el espejo en que mirarse o al que hacer añicos; la vocación de servir y la de servirse; la dignidad de la política y la desgracia de la diplomacia.
Stefan Zweig, Fouché: retrato de un hombre político, Acantilado, Barcelona, 2011, 288 páginas.

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Publicado en La Ilustración Liberal 49 (2011) 109-111.