Hay quienes tienen la virtud de ir haciendo amigos por la vida. Si nuestro autor no ha tenido suficiente con la polémica suscitada por una de las entradas del Diccionario Biográfico Español, añade ahora un poco más de leña al fuego con este ensayo sobre los orígenes de España.
Cierto es que en esta ocasión no
levantará tanta polvareda porque a la progresía patria generalmente le interesa
solamente su Historia y vive
tranquila confiada en el éxito del adoctrinamiento al que ha sometido a la
sociedad española durante las últimas décadas. Todo lo sucedido antes de la
llegada de la II República interesa poco y vende menos.
Este último libro de la amplia bibliografía
de Luis Suárez no es de fácil lectura. A la complejidad del tema se añade el
modo en que ha querido presentar los contenidos. Aunque a simple vista la
división en cuatro bloques principales y una generosa introducción pudiera
parecer razonable y metodológicamente correcta, la repetición de ideas y
argumentos es continua. Además carece de un aparato crítico que en estos casos
no dificulta la lectura, antes bien la facilita y le otorga una credibilidad
mayor –el argumento de autoridad sirve hasta cierto punto incluso en el caso de
autores consagrados. Esta carencia es suplida en parte por una orientación
bibliografía crítica, que evita dejar desamparado al lector ante la disparidad
de opiniones que lógicamente genera el tema tratado. El volumen carece también
de índices, algo excusable en el caso de una obra de divulgación general, que
no es el caso por mucho que se empeñe la publicidad editorial. Es de esperar
que en futuras ediciones se subsanen las deficiencias metodológicas y se
corrijan ciertos errores que seguramente se deban a una edición hecha con
prisas (v.g., por mucha admiración que el autor sienta por la persona y el
nombre de Isabel I de Castilla no creo que ignore que la primera reina de
Inglaterra no se llamó como ella, Isabel, sino María, nieta, precisamente, de
la reina Católica). Estas deficiencias empañan sólo en parte un magnífico
repaso de un período crucial de la Historia de España.
Dejo a un lado la eterna discusión de si
la España moderna es fruto de la unificación de los diferentes reinos que se
fueron formando en la península durante el período de la Reconquista o bien no
es más que la continuación de esa memoria histórica española que sitúa la raíz
de su legitimidad en el concierto de servicios militares de los visigodos en el
año 418 como si se tratara de un traspaso del poder heredado de Roma. La
cuestión no es baladí y en el libro se encuentran argumentos que podrían
sostener ambas posturas. Interesa, no obstante, el proceso por el cual nace el
sistema político, social, religioso y cultural que durará hasta las décadas de
tránsito hacia el siglo XIX, lo que se conoce como Antiguo Régimen.
En los cimientos de este sistema no se
encuentran, en sentido estricto, los Reyes Católicos. Ellos fueron término de
llegada, no punto de partida, de un proceso que comenzó a mediados del siglo
XIV a partir de la llamada revolución
Trastámara. Fue precisamente una revolución lo que dio origen a la creación de
un sistema político diverso al que hasta entonces había dominado el panorama
ibérico. Revolución que en nada se parece al concepto que de ella predican
actualmente quienes gustan de ocupar plazas y lanzar proclamas absurdas y
violentas aunque sutilmente disfrazadas de paz perpetua. Según Suárez, “tenemos
cierta tendencia a considerar que las revoluciones son movimientos que proceden
del fondo de la sociedad, quizás porque damos especial importancia a los actos
de violencia de que suelen acompañarse. Pero en realidad una revolución, acto
de ruptura, acaece cuando un sector de la sociedad se ha elevado hasta un punto
que entiende que las estructuras políticas deben cambiar a fin de que a él
corresponda asumir la potestad política”.
En nuestro caso, revolución que sustituyó
a unos actores políticos caducos por otros de nueva planta, con ideales
renovados. Revolución que cambió el modo de entender las relaciones entre los
estamentos. Revolución que modernizó la manera de entender la economía y el
comercio. Revolución que puso las bases de un primer sistema de separación de
poderes, sui generis, pero real. Revolución,
en definitiva, que se institucionalizó, como suele ocurrir siempre, pero en
esta ocasión con éxito duradero.
La política, sin embargo, no lo es todo.
Encauza y dirige, en cierto modo, la vida de la sociedad, pero no la determina
totalmente. A ella se unen por una parte la religión y por otra la cultura. Es
difícil entender la importancia de la primera; quizás baste para ello sustituir
el actual sistema de creencias laicista por aquel al que suplantó en los
inicios de la llamada edad contemporánea. Si en nuestros tiempos y en Occidente
no se entiende, justamente, que la religión se sitúe detrás de cada una de las
acciones políticas, sociales y culturales, lo mismo ocurría, a la inversa y en
modo más o menos drástico, en tiempos del Antiguo Régimen. Lo que ahora,
seguramente en modo acrítico y malicioso, se entiende como injerencia, entonces
era considerado como algo habitual, es más, lógico y necesario.
A este tipo de mitos y a estas
realidades, ya sean políticos –revolución Trastámara, ordenamiento jurídico–,
religiosos –prohibición, que no expulsión, de judíos y musulmanes, reformas
eclesiásticas, Inquisición– o culturales –humanismo hispano, florecimiento de
la literatura– hace referencia el subtítulo del libro. La eliminación de tanto
prejuicio y la sustitución de tanta Historia mal contada son necesarias para
una correcta interpretación de las causas y los procesos que constituyeron lo
que hoy conocemos como España. Es difícil para muchos pensar que hay algo
anterior a la década de 1930, precisamente ahí radica la importancia y la
virtud del libro de Suárez.
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Publicado en el Suplemento Libros de Libertad Digital.
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